(De cómo Juan Nicanor Cabrera, alias Calefón, argentino, de 37 años de edad, acusado de asesinato en perjuicio de la señorita Dolores Benavídez, argentina, de 32 años, se embarró hasta la manija cuando le llegó el turno de dar su propia versión de los hechos)
Oiga, boga, pare la mano;
cuando yo la maté ya estaba muerta…
Cómo no, querido, lo que usté mande que para eso es el juez. Pero fijesé qué cosa rara, ahora que lo pienso de entrada nomás lo tuteo y le encajo un querido como si tal cosa, vio, es que me cae simpático, coincidencia que le dicen, siempre me lo hacía con ese peluquín canoso en el balero y me cagaba de risa solo, no se me ofenda jefe que ahora lo estoy tratando de usté o sea que en el fondo lo respeto. Y ya que estamo entrando en confianza le voy a dar un consejo, sáquese el trapo negro ese de encima y póngase cómodo, livianito, no sea cosa que se me derrita en el medio del chamuyo, mire que esto va para largo y con el calor que hace acá adentro va a quedar hecho morciya, qué barbaridá, con la guita que tienen ni pa’ ventilador.
Oiga, entre nosotros… ¿le jode que le diga querido? No me ponga cara de ojete, se lo pregunto en serio porque yo sé que hay gente que le cae mal, pero qué le voy a hacer, a mí el querido me sale espontáneo, no lo pienso. No digo, por ejemplo, a este coso le voy a decir querido. Para nada. Me sale y listo. Será porque allá en Padua todos somos querido, todos, bah, salvo el tordo y el comisario, a esos se los trata de don, sabe, de puro cagazo, no sea cosa que a uno le encajen la pichicata y lo tengan que embalsamar, o lo dejen enjauláu para el resto de la posteridá.
Está bien, está bien, abrevio. Usté quiere saber lo que pasó la noche del catorce, bueno viejo, dejemé sentar un rato porque si no me acalambro, es algo que arrastro de pibe, los calambre y los tic nervioso, en cuanto me agarran no paro más, me salen pa’ cualquier láu, me tiembla el ojo y ahí nomás hago la venia, si no me cree vaya y preguntelé al… sí, sí, cómo no, abrevio.
Carajo, qué carácter. Usté sí que sirve pa’ juez, querido, yo no podría por más que quisiera, a mí enseguida me da por la joda y eso es quilombo seguro, yo metería en cana a medio mundo de puro jodón que soy nomás, pa’ no aburrirme. ¿Usté no se aburre si…?
Ta’ bien, no me grite y espere que me acuerde, a ver, la cosa en realidad empezó un día antes, cuando la conocí a la puta esa en el bailongo de la Sociedá de Fomento, ¿que modere qué?, ah sí, entiendo, faltaba más, le decía que todo comenzó cuando vi a esa dama aquella noche nefasta, ¿así le gusta?, bueno, esa noche cerca de la una masomenos entró la loca que era una pinturita, imaginesé, toda fiestera, una mina descomunal, ahí nomás me dije Calefón déle, amasije sin piedá, y entonces encaré para la mesa donde la guacha se había puesto a liquidar un wisqui. Ah… sí, qué le va a hacer, es que la labia se me va sola cuando me acuerdo, decía que ahí nomás me le planté sin darle bola al pelado que le aguantaba el trago, y le largué la frase matadora que me enseñó el Picaflor Varela, un amigazo, esa que uso siempre y las deja a todas servida en bandeja, escuche y aprenda; "Bienvenida a mis ojos…" le dije, mirándola así, ¿ve?, usté sabe, si se las mira así después de semejante frase seguro que se abren de gambas, fija, y ésta no iba a ser la esepción.
Pero fijesé, usté no me va a creer, la muy turra se puso en difícil. Hizo una mueca como si le cayera mierda en el ojo y se largó a preguntarle no sé qué cosa al pelado. El punto ese me miró de arriba abajo y algo feo habrá calado, porque salió disparado con la escusa del baño y después no lo ví más, no lo ví más hasta la noche fatídica, já, cazá la glosa, la fatídica noche del catorce, pero qué bárbaro, che, usté se junta con el Picaflor y al rato ya está adiestráu pa’ poeta…
(Fragmento)
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