El viejo está sentado en su sillita de mimbre
con el solcito de abril
meciéndose en sus piernas.
Sabe que solo restan escuálidos minutos
hasta que el astro errante se esfume
detrás del edificio de enfrente.
Un perrito lanudo le afana una chancleta…
Qué importa. El viejo mira el tránsito que baja
como un río de fierros, de goma y bocinazos,
de puteadas efímeras que son casi un saludo
en éstos días.
Y en el corto trayecto de este palabrerío
la mole de granito ya se morfó la estrella.
El viejo chupa el mate, grueso, montevideano,
se levanta, se calza la gorra veterana,
agarra la sillita, la afirma en su siniestra
y mirando al lanudo
le apunta a la cabeza.
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